Vista del techo en un paseo en bote por el río de la cueva

La exuberante y desbordada naturaleza indomable de Nueva Zelanda ofrece al viajero experiencias insólitas y difícilmente disfrutables en otro lugar del mundo. Nos hemos acostumbrado tanto a esa extraordinaria capacidad biológica de aquellas tierras prehistóricas, que ya casi no nos sorprendemos con cualquiera de los hallazgos que hagamos “made in New Zealand”. Pero la maravilla está y hoy os traemos una de ellas. Se trata del espectáculo inusual que ofrecen los gusanos luminosos de la Gruta de Glowworm.

Cuando atraviesas la entrada de la caverna, no es la belleza calcárea de sus estalagmitas lo que nos hace abrir los ojos como platos y quedarnos extasiados. A través de la oscuridad de la cueva podemos vislumbrar un pequeño cosmos, una especie de trocito de espacio sideral, como si nos asomáramos a la galaxia estrellada de un nuevo universo.

El gusano bioluminiscente

No son estrellas, aunque realmente lo parezcan, es el reflejo luminiscente de la luz que proyectan cientos de larvas de gusanos luminosos, que a lo largo del lento proceso evolutivo se han adaptado a la oscuridad de la Gruta de Glowworm y han sabido sacar provecho a su peculiaridad desarrollando un sistema fosforescente que, al margen de producir nuestro estupor, atrae a insectos más pequeños que le sirven de alimento.

Los gusanos de luz de la Arachnocampa luminosa construyen con su mucosidad un entramado de hilos colgantes y pegajosos. Los pequeños bichitos acuden embelesados por los puntitos luminosos y quedan atrapados para provecho de los anélidos.

Hasta hace 400 años sólo los maoríes conocían la existencia de estas cuevas neozelandesas. Hoy miles de turistas acuden a Glowworm para contemplar el exclusivo espectáculo que ofrecen las larvas de este gusano-luciérnaga.

Fotografías de makrosenrosen, 4nitsirk, nancybeetoo, eliduke, Don Pugh Perth Western Australia.
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