Pocas personas saben que el celebérrimo Henri de Toulouse-Lautrec nació en un precioso pueblecito a las orillas del río Tarn y que en esa misma población está hoy ubicado su museo. Nos referimos a Albi, un municipio de unos 50.000 habitantes, capital del departamento del Tarn, en la región del Pirineo Central y a menos de una hora en coche de Toulouse.
La zona es de una belleza muy especial y sus gentes son amables, proclives a la sonrisa, amantes del idioma español y muy acogedores. Además, el centro histórico de Albi ha sido desde el pasado año proclamado como Patrimonio de la Humanidad. La decisión de la Unesco se ha basado en el estado de conservación de la Cité épiscopale, de la que precisamente forman parte el propio Palacio de la Berbie, la Catedral de Santa Cecilia, la Iglesia de Saint-Salvy y el Puente Viejo.
El marco es inenarrable y sólo baste decir que bien merecido se tiene el título concedido por la institución internacional, ya que se trata del complejo episcopal del medievo mejor conservado de toda Europa. Contemplar el atardecer desde alguno de los puntos de la ciudad, con el río a nuestros pies y la catedral iluminada… no tiene precio.
Pero nos centramos en el Museo de Toulouse-Lautrec. El Palais de la Berbie es el resultado “vivo” del poder que llegaron a tener los obispos de Albi, quienes mandaron edificar la construcción, junto a la Catedral, en la segunda mitad del siglo XIII. El vigor de sus muros no es más que el reflejo de lo que los “piadosos” hombres de fe pretendían: Una fortificación descomunal que protegiera el patrimonio eclesiástico de la herejía cátara.
Durante la época renacentista y el siglo XVIII, sus sucesivos moradores fueron dándole una aire más recreativo y acorde con el espíritu “frívolo” francés de esos siglos.
Nuestro pintor, cartelista y padre del postimpresionismo francés, nació en Albi en 1864. Como muchos saben pertenecía a una familia aristocrática. Sus padres eran los Condes de Toulouse-Lautrec-Montfa y si bien la esposa acogió a su hijo con todo el cariño del mundo, su papá no estaba dispuesto a que su descendiente tuviese una “tara” física (por otra parte muy probablemente debida a la endogamia de sus progenitores para acumular títulos y riquezas).
Sea como fuere en el Palais de la Berbie, el muchacho pasó sus años de infancia, lejos de la “comidilla” de los círculos nobiliarios de la afamada Toulouse.
Más tarde el pintor acabaría trasladándose a Montmartre, pero es en Albi donde se ha salvaguardado su obra, en un museo que recibe unos 180.000 visitantes al año y que se ha sometido a un proceso de restauración que ha permitido que las obras del genial Toulouse-Lautrec luzcan como se merece.