Desde muy niña hubo una imagen perturbadora que me hizo soñar con secretos arqueológicos, sarcófagos dorados y tesoros del otro mundo. Mi mente enfebrecida prometía una y otra vez que algún día viajaría hasta lugares legendarios, con el único propósito de mirar a “Ra” bañando las arenas del desierto.
Esa postal, inmóvil y viva a la vez, permanece inalterable en mi memoria impertérrita, erguida y desafiante al paso de los milenios y manteniéndose en pie a pesar de la debilidad de la simplicidad de los materiales con que fue elaborada. No es otra estampa que la de la fantástica Pirámide Escalonada, a la que tuve el gusto de conocer a finales de los ochenta, en uno de mis primeros largos viajes como exploradora.
Recuerdo lo que sentí cuando apareció ante mis ojos bajo los rayos cegadores de un astro-rey-faraón, que la obligaba a deslumbrar, imponiéndome la piedra cegadora, la obligación mayestática de desviar la mirada ante su solemne presencia.
Recuerdo también que, entonces, sentí una especie de punzada hiriente, una angustia muda ante el estado en que se encontraba la anciana dama de piedra y una no podía más que preguntarse cómo o por qué continuaba en pie la madre de todas las pirámides.
Tampoco alcanzaba a entender la razón de que no se emplearan más esfuerzos en su rehabilitación, puesto que para mí continúa mereciendo el mismo respeto o más que el resto de conjuntos funerarios, a los que la comunidad internacional y el propio Egipto han brindado una merecida atención.
Ahora parece ya inaplazable la necesidad de acometer importantes obras de ingeniería que garanticen la seguridad de la Pirámide de Zoser, la tumba del rey Necherjet Dyeser, la “más Sagrada” -como fue conocida por sus coetáneos- y edificada por Imhotep, el primer arquitecto conocido de la historia.
Los daños que sufrió durante el terremoto que la sacudió en 1992, año en que nació mi hijo Mauro, la dejaron bien tocada. Pero ha sido ahora cuando ya han debido reforzarla, con grandes bolsas de aire, para evitar que se desplome. Son 18 airbags fabricados por la empresa CINTEC que permitirán las dificilísimas tareas de reconstrucción, sin que la Señora de Menfis se venga abajo.
Ahora sólo falta que la normalidad regrese a Egipto y que los descendientes de los faraones, cuyas vidas ahora están suspendidas y volcadas sobre las consecuencias de la revolución de la pasada primavera, consigan una serenidad merecida. Las obras están paralizadas, mientras tanto, que las deidades que la velaron durante casi 5000 años, la sigan protegiendo.