Con aplomo y destreza la bellísima ciudad malagueña de Ronda se sostiene en verdadero equilibrio y sin asomo de vértigo sobre la cortada de su famoso Tajo, un desfiladero de más de un centenar de metros enfilado por el río Guadalevín y producto de miles de años de erosiva naturaleza. Este sea quizás el atributo más distintivo de un pueblo que embelesa y al que no le faltan atractivos.
Decir Ronda es hablar de su Plaza de Toros, del siglo XVIII, y de dinastías de toreros, a pesar de la controversia que levanta las polémicas corridas de toros, la ciudad andaluza está estrechamente vinculada a la que llaman Fiesta Nacional. Pero Ronda es mucho más, es confluencia de culturas, con mezcolanzas de la talla de la antigua medina musulmana y su trazado medieval, los toque de judería, el barrio renacentista del Mercadillo y los extramuros de San Francisco.
Es lógico, estamos hablando de un enclave cuyos restos arqueológicos la sitúan ya en danza por la época del Neolítico y, desde entonces, su entramado histórico no ha parado. Allá donde se registre un movimiento importante en la historia de España, el emplazamiento rondeño tiene su cuota de protagonismo.
Más cerca de Sevilla que de Málaga, provincia a la que pertenece, Ronda es en la actualidad una mixtura de aires de los dos importantes centros de Andalucía y en ella se registran las esencias del folclore y las tradiciones andaluzas, de las que se pueden disfrutar desde su peculiar luminosidad hasta la idisosincrasia del carácter de los rondeños.
Exquisita gastronomía y no menos exquisita arquitectura. Disfruten del Museo de los Bandoleros, una experiencia muy curiosa sobre personajes muy arraigados a la vena más popular.