La seguridad ha primado sobre cualquier otro tipo de interés y los organizadores han decidido por fin no celebrar el Gran Premio de Automovilismo de Bahrein, una de las citas más importantes de la Fórmula 1. El encuentro bahrainí debía celebrarse del 11 al 13 de marzo próximos y con él se abrían las puertas del Campeonato del Mundo.
De esta manera la convulsa situación que están viviendo los países árabes obligan a iniciar la competición en Australia, del 25 al 27 de marzo. Muchos han lamentado la decisión, si bien todos comparten que es lo mejor para garantizar las condiciones de seguridad de pilotos, equipos y aficionados.
Y es que Manamah, capital del Reino de Bahrein, se está viendo sacudida por las protestas desde el pasado 14 de febrero, en que los ciudadanos opositores al régimen tomaron la Plaza de la Perla. Las manifestaciones entre partidarios y opositores, entre suníes y chiíes, arrastra ya el macabro lastre de siete muertos.
Atrás quedaron los días en que Bahrein disfrutaba de un status especial y distinto, dentro del mundo árabe. Yo conocí el país en 1991, pocos días después del final de la Operación Tormenta del Desierto, en la I Guerra del Golfo. Por entonces, el reinado se consolidó como el paraíso para los norteamericanos que decidieron establecerse en ese punto estratégico habitado por ciudadanos amables, tolerantes y acogedores y en el que la sintonía de Radio Bahrein traía la música más americana del momento, como en las películas sobre el Pacífico de la II Guerra Mundial.
El turismo es la principal baza de la zona y las cultura se mezclan. De hecho el alcohol es legal y la ciudad cuenta con bares y discotecas, algo bastante singular si pensamos en sus vecinos inmediatos de Arabia Saudita. Pero no es oro todo lo que reluce y miles de personas se echan a la calle solicitando cambios y demandando una revolución. La mecha sigue corriendo en Oriente Medio.
Fotografías de Al Jazeera English.
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