Hubo una Primavera Árabe, en la que parte del norte de África y significativos países de Oriente Medio, salieron a la calle a tomar las plazas, con el único fin de acabar con la tiranía y emprender un acto revolucionario que se contagiara al mundo y sirviera de mecha que hiciera arder la pólvora que debía mover a la gente del planeta.
Hoy existe un Verano Turco, simbolizado en la Plaza Taksim de Estambul, situada en la parte ‘europea’ de un país que siempre sirvió de puente entre Oriente y Occidente y que hoy se encuentra completamente dividido, como tantos y tantos países de Europa y otros de origen islámico o de corte no habitual, menos afines a las corrientes preconizadas por EE.UU., Alemania, Israel…
Existe otro mundo, una mayoría del mundo, formado por un inmenso puzzle de minorías que, en sus diferencias, deben encontrar al monstruo que los separa; mientras que en sus afinidades deberían buscar lo que les une: la lucha contra la brutalidad, la opresión, el neoliberalismo, la falta de libertad y las falsas democracias.
Turquía hoy es la protagonista de un Verano Turco que comenzó por la protesta contra la tala de unos árboles y que, la brutalidad policial, transformó en todo un alegato político que bien nos sirve a tantos países oprimidos. De nuevo, en esta ocasión Taksim, somos tantos…