Existe… o eso al menos cuentan, que Hayao Miyakazi se inspiró en este bosque para dar forma a su obra maestra, la historia de La Princesa Mononoke, un film espectacular del cine de animación y que batió todos los records de taquilla a nivel mundial.
La verdad es que resulta perfectamente creíble y no hay más que echar un vistazo a algunas de las estampas de este exhuberante Patrimonio de la Humanidad, para darnos cuenta de que aquí la imaginación es superada portentosamente por la realidad.
La UNESCO distinguió a los Bosques de Yakushima en 1993. Se trata de un Parque Natural situado en esta isla al sur de Japón, con una extensión de unos 500 kilómetros cuadrados y unas 11.000 hectáreas de terreno protegido. Las características de su meteorología le confieren esa fuerte personalidad a las tierras cirncundantes.
El índice de pluviometría es tal que pueden recogerse entre 4.000 y 10.000 mm de agua al año. Este hecho, unido a las temperaturas templadas han dado como resultado un clima húmedo y subtropical que matiza cualquier parte del bosque en la que poses tus ojos.
Y es que esas condiciones climáticas favorecen unas fastuosa niebla y una sempiterna lluvia, responsables de crear y reunir los requisitos necesarios para la proliferación de musgo, líquenes, hongos y plantas que invaden hasta el último rincón de este denso bosque.
Es precisamente ese clima el que necesita una familia arbórea prácticamente endémica. Se trata del Sugi, esa especie de cedro japonés que podemos admirar en La Princesa Mononoke y en tantos y tantos fondos de viñetas manga. Similar a la Secuoya Gigante, el Sugi alcanza dimensiones espectaculares y fascina a los viajeros, lo que mueve un turismo importante que tiene como exclusivo objetivo contemplar el Bosque de Yakushima.