Después del paso del tifón más devastador que se recuerda en el sudeste asiático, Filipinas no consigue encontrar un orden que permita que la ayuda humanitaria llegue a los millones de habitantes que han quedado en la miseria más absoluta. Se calcula que alrededor de cuatro millones de niños deambulan huérfanos por el país.
Los países han enviado aviones con agua, comida y medicinas. Sin embargo, las terribles condiciones en que ha quedado Filipinas hace muy difícil el acceso a las zonas más afectadas, por lo que ya son 8 días en los que las calles están cubiertas de cadáveres y los supervivientes se mueven en medio del hedor más absoluto y un caos inhumano.
Sin agua, sin comida, los supervivientes intentan llegar a los aeropuertos desde los que puedan evacuarlos, aunque no hay plazas para todos. Ahora más que nunca se necesita estrategia y cooperación, para que no se repitan las secuelas que se viven en Haití o las del tsunami del 2004. La misma ONU ha comparado la situación con la que se produjo tras aquella desgracia del Índico.
Por ahora, los cooperantes han comenzado a repartir alguna ayuda, sobre todo agua, aunque sigue siendo insuficiente y los filipinos revientan las tuberías para poder acceder a un poco de agua para beber. Además se comienzan a enterrar a los muertos en inmensas fosas comunes, ante el miedo a que las condiciones insalubres lleguen a complicar aún más una situación tan extrema.