Cuatrocientos años antes de que Cristobal Colón llegase a América, los nativos americanos de Illinois poseían una ciudad que llegó a albergar a más 15.000 almas y un centenar de túmulos, en cuyos restos se han hallado huellas de sacrificios que llevaban a cabo los chamanes, por otra parte una costumbre extendida entre otros pueblos que también elevaban montículos a los que daban un fuerte valor espiritual.
Sin embargo, durante siglos y siglos, para los ciudadanos de Saint Louis, cerquísima de Cahokia, los túmulos no eran más que imponentes depósitos arcillosos y, sin ser consciente del valor de lo que tenían bajo sus pies, fueron retirándolos -incluido el Big Mound de 9×91 metros- para montar la línea de ferrocarril.
Hoy no cabe duda de que esa extensión de terreno entre México y el Ártico fue una de las civilizaciones más desarrolladas de la cultura amerindia y posiblemente la primera ciudad de Estados Unidos. Hoy, por supuesto, es Patrimonio de la Humanidad, aunque a pesar de ello continúa un poco en el cajón del olvido.
Aún se conservan 80 túmulos en Cahokia Mounds y tal vez fuera el origen de lo que los arqueólogos y antropólogos bautizaron como Cultura del Mississippi, compuestas por comunidades agrícolas que aprovecharon la fertilidad de la zona. Sin embargo, el desprecio al que fueron condenados los indios americanos por sus compatriotas blancos y el propio gobierno de EE.UU. hizo que esta ciudad fuese prácticamente desconocida hasta la década de los 60 del pasado siglo.
1.500 años de historia que ahora son estudiados con auténtico fervor, en un afán por compensar tanto descuido y rescatar del olvido la memoria de una civilización sin parangón.