Es una tarde tórrida y calurosa, como corresponde a un típico día de verano en España. Hace ya muchas horas que crucé la frontera, desde Francia, con la intención de llegar al sur de la Península, a pasar unos días de vacaciones.
En coche y con el aire acondicionado a tope, atravieso esos campos de Castilla, que con tanta pasión describiera Don Antonio Machado, y allí a mi derecha aparece ella, erguida y maravillosa… la Catedral de Burgos, Patrimonio de la Humanidad desde 1984 y eterna vigía castellana desde 1221.
Fue un parto largo, pero armonioso, en el que ayudaron a alumbrar importantísimos nombres de la Historia del Arte: Siloé, Ricci, Colonia, De la Haya, del Piombo… Siglos de trabajo precioso, minucioso y detallista que dieron lugar a una obra cumbre del gótico mundial.
El “bosque petrificado”, como ha sido renombrada, posee el título de Santa Iglesia Basílica Catedral Metropolitana y es el único monumento de estas características distinguido por la Unesco por méritos propios, sin estar vinculado a ningún conjunto patrimonial o edificio similar (como es el caso de Santiago de Compostela o Sevilla).
La contemplación desde mi vehículo apenas dura unos minutos, pero son suficientes para evocar horas de visita y ensimismamiento, cuando recorrí su planta hace ya casi una década, asombrada y desbordada por tanta belleza.
Si andas por estas tierras preñadas de Historia y Arte, no desaproveches la oportunidad de quedarte sin aliento, con uno de los tesoros del patrimonio artístico que España brinda al mundo.
Fotografías de Juan García, Zarateman y RAntonio.
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