No, no es que el volcán Turungahua haya entrado de nuevo en erupción; es que desde 1999 no ha parado. De hecho es uno de los volcanes más activos de la región andina, en Ecuador. Lo que los habitantes de la zona están padeciendo en estos días no es más que otro de los ataques de furia y virulencia, episodios violentos a los que la población ecuatoriana no acaba de acostumbrarse y no es para menos.

En pocos días lleva lanzado al exterior dos millones de metros cúbicos de material piroclástico, lava y ceniza. Serio problema, aunque la cifra aún está lejos de aquellos 40 millones de metros cúbicos del bramido de 2006. De hecho, este es uno de los principales problemas, porque la sequedad del ambiente, el calor y las partículas en suspensión comienzan a pasar factura a la población, aquejada de daños en los ojos, problemas en la piel y dificultades respiratorias.

Aunque aún es pronto para cantar victoria, las mediciones de ayer dan como resultado una ligera variación a la baja de la furia del volcán, cuya intensidad parece haber mermado en las últimas horas y todos esperan que pudiera traducirse en el final de esta etapa del ciclo eruptivo. Lo cierto es que el Turungahua, situado a unos 80 kilómetros del sur de Quito, ha afectado a más de 3.000 familias, que han debido desalojar sus casas, y lleva asolados casi 6.000 hectáreas de pastos y cultivos.

Como todos los volcanes, el espectáculo que ofrece la erupción del Turungahua está cargada de una siniestra belleza, que lo hace inmensamente atractivo para muchos turistas. Las recomendaciones hacen hincapié en ser prudentes, avistarlo a distancia segura y portar agua, ropa de abrigo, mascarilla, protección en los ojos y en la cabeza.

Fotografías de Lostinawave, Lesmode, Jo Simon, marriedwithluggage, ximenacab y Dogymho.
Licencia Creative Commons y/o Public Domain
.