Nos ubicamos en una de las plazas más famosas del continente asiático. La Plaza de Tian’anmen refleja a la perfección los contrastes del carácter de China, donde la grandiosidad se enfrenta al minimalismo, donde las exuberantes florituras se enconan con la parquedad y donde todo, en fin, es un universo propio que solo puede comprenderse por el devenir histórico del gigante rojo.
La imagen de la Plaza de Tian’anmen invadió los televisores del mundo a finales de la década de los 80, cuando las revueltas estudiantiles intentaron oponerse a un gobierno que consideraban demasiado restrictivo. El ejército reprimió con dureza las manifestaciones y el momento en que un manifestante se enfrentaba solo a una fila de tanques dio la vuelta al mundo.
Al margen de las muchas explicaciones políticas, históricas y sociales de esta revuelta, lo cierto es que el famoso recinto urbanístico fue concebido precisamente para las grandes manifestaciones populares.
En la China de Mao no existían estos espacios y los dirigentes idearon un lugar al que el pueblo podía acudir masivamente para expresar su apoyo a la Revolución Cultural. El resultado fue un intento de copia de la arquitectura que a tales fines se seguía en la U.R.S.S.
Casi 450.000 metros cuadrados convierten a Tian’anmen en una de las plazas más grande del mundo y grandes colas ocupan la plaza, casi perennemente, para contemplar algunos de los monumentos más visitados de Pekín: El mausoleo de Mao Tse Tung, el Monumento a los Héroes del Pueblo, La Torre y Las Estelas…