Pequeñita y hasta familiar, la playa de Botafogo es agradable en medio del tornado que supone el turismo. Como todas las playas de Rio de Janeiro, sus aguas son transparentes, limpias como un cristal. La arena es fina, suave, calurosa. No llega al kilómetro de extensión, eso sí, con una preciosa forma de media luna y una mirada hacia Pão de Açúcar que la convierten en una de las fotografías más esenciales de la ciudad carioca.

El ritmo de las olas propician la práctica de numerosos deportes náuticos y en el cielo siempre revolotean algunas que otras cometas, cuyos hilos manejan al unísono manos de padres e hijos; jóvenes con destreza y adolescentes libertarios de espíritu alegre. Al fondo, las barquitas de la ensenada.

Es una playa típica para la celebración de eventos al aire libre, tan del gusto de los brasileños, siempre unidos a ese mar a Iemanya, la diosa marina que los protege y bendice desde los tiempos de los esclavos llegados de África. Precisamente una enorme escultura, llamada Awilda y obra de un español, Jaume Plensa, se yergue altiva y majestuosa desde la arena de la Praia de Botafogo.

Awilda y el futebol, son precisamente dos de los elementos más vinculados a esta hermosa playita carioca que encierra toda la esencia de la vida relajada y tranquila que tanto cantaran Vinicius de Moraes y Tom Jobim. Si la bossa nova no estuviese inventada… tendríamos que hacer algo.

Fotografías de Leandro’s World Tour, Eurritimia, appm, Eduardo Pelosi, digital_target.
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