Esa es la historia de Itacaré, un hermosísimo y singular enclave bahiano, dotado de un encanto especial y salvaje que aún no ha sido contaminado por la afluencia del turismo de masas. La razón es sencilla, los accesos no son fáciles, aunque la cosa ha mejorado mucho desde la inauguración de la carretera que une Ilheus con esta pequeña ciudad costera de Brasil.
Itacaré fue en otros tiempos el refugio natural para piratas alemanes y portugueses, quienes sentían sus vidas más protegidas por lo dificultoso que podía resultar acceder a algunas de sus playas, preciosas calas y bahías a las que sólo se podía llegar atravesando la selva o sorteando los morros.
Hoy la ciudad conserva todo el encanto colonial y el color de Bahia y resulta el paraíso perfecto para un turismo joven y dinámico, despreocupado y divertido que busca unos días de actividad, un entorno natural, unas playas espectaculares y en muchos casos desiertas y olas fascinantes para delicia de los surferos.
Ello no significa que este antiguo enclave de piratas no albergue importantes instalaciones hoteleras, ubicadas sobre playas más comerciales pero igualmente tocadas por la hermosura de la paradisíaca Salvador de Bahia. De hecho, muchas de sus pousadas son también centros de bienestar dedicados al cuidado del cuerpo y al descanso.
No obstante, Itacaré es el lugar perfecto para disfrutar de un pueblo alegre, festivo y hospitalario, que se bebe la vida a golpe de capoeira, de noches de música y capetas, sabores criollos y una amplia diversidad ecoturística. Es la oferta de este otrora famoso puerto en plena Ruta del cacao.