Bangladesh se ha visto forzada a vivir adaptándose una y otra vez a los caprichos del agua. Las crecidas, las tormentas, el mar… todo ha intentado empujar a sus habitantes a otros lugares. Cualquiera con menos voluntad y un poco más relajado habría desistido hace tiempo, pero los habitantes de este país del sudeste asiático, ubicado en pleno delta del Ganges, han permanecido fieles a su terruño y se las han arreglado para compartir momentos con las crecidas. No siempre ganan y a veces la embestida produce daños terribles que apenas cicatrizan, pero ahi permanecen, firmes y amantes de las aguas.

En la capital, Daca, con una densidad de población abrumadora, el mundo mira a las aguas del Buriganga. Los taxis flotantes, llamados Kheya nouka, trasladan a los ciudadanos de un punto a otro, en una de las ciudades más bajas con respecto al nivel del mar. Sin embargo, todo se hace de cara a las aguas.

Hombres, mujeres y niños aprovechan la mañana para hacer sus abluciones y a la vez realizar la colada, tendida posteriormente en larguísimos cordeles frente al río.

Pero el Buriganga también es lugar de negocios, no en vano es la clave para comunicar la ciudad con Sadar Ghat, el puerto fluvial más importante de Dacca. Cayucos cargados de ladrillos, balandros llenos de frutos exóticos y productos de primera necesidad, herramientas, peroles, sartenes, ropa… todo sube y baja por el río.

La vida bulle y hasta se cierran transacciones sin bajar de las barcas. Es la fuente de la vitalidad que, en pocos minutos, puede mostrar su lado más oscuro.

Fotografías de digital Battuta, bengal*foam, oh sk, Rainer Ebert, John Pavelka.
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