Las Islas de Socotra, ubicadas entre Somalia y Arabia, pertenecen a Yemen y forman el ecosistema más endémico de todo Oriente Medio. De hecho es un lugar de peregrinación para zoólogos y botánicos, a la manera de las darwinianas Galápago, por su peculiar y prehistórica población, que la asemejan más a un fósil viviente que a un lugar del siglo XXI.
Tal vez ahí radique parte de su encanto, porque sería inútil concederle el mérito de tanta belleza y extraordinario tipismo a una sola cualidad.
Diez millones de años atrás, este antiguo trozo continental se fracturó y despegó del Cuerno de África. Ello fue lo que le concedió su singular naturaleza, un poco irreal, un poco arcaica, un poco extravagante y única y muy distinta a cualquier otra que pueda existir en el planeta.
El aislamiento ha proporcionado a la vida de Socotra un caldo de cultivo inmejorable para conservar su esencia y mantenerse intacta frente a los cambios del paso del tiempo. Es la tierra del Sangre de Dragón, un árbol milenario -por otra parte muy parecido al Drago de las Canarias– famoso por sus “hemorragias” de savia roja; y de extrañas especies de Baobabs, como árboles plantados boca abajo…
Es una muestra única de Biodiversidad y por ello fue reconocida como Patrimonio Mundial Natural, por la UNESCO, en el año 2008.
Pero tal vez, en un mundo en el que ya casi no respetamos nada, debamos destacar el cuidado que sus pobladores ponen en abastecerse de lo necesario, en servirse de los recursos del archipiélago, en vivir sus días en este edén prehistórico, sin alterar ni amenazar el ecosistema de Socotra. Admirable.