Debemos viajar hasta Mali y asomarnos a la impresionante Falla de Bandiagara, doscientos kilómetros de terreno escarpado y a veces con hasta quinientos metros de precipicio vertical, el lugar ideal para sobrevivir y poner tu casa cuando se ha de eludir el ataque de furiosos enemigos en combate.
Eran otros tiempos, casi seiscientos años atrás, cuando los Dogón llegaron a la zona y decidieron plantar cara para hacerse con el control de este punto estratégico que permitía una mejor defensa del pueblo que lo mantenía bajo su dominio.
Así se constituyó el país de los dogones, después de que estos lograran echar a sus anteriores inquilinos, los Telem, habitantes de las cavernas, cuyas bocas aún permanecen labradas en la gran roca de piedra. Los habitantes de las cuevas cuidaban el terreno desde el año 3.000 a. de C., sabedores del abrigo que ofrecía ese extraño lugar en el que vivir.
Los miembros de la etnia Dogón decidieron otorgar a esta zona, la de las grutas, el mayor honor que se puede otorgar a un pedazo de su tierra: lugar sagrado. Allí colocaron a sus muertos, en sepulturas sólo accesibles a los más hábiles, en el sector más escarpado del precipicio.
Hoy el País Dogón continúa enclavado en la misma zona, manteniendo su hegemonía como pueblo más famoso de esa parte de África y gracias al interés que sus moradas han despertado en la curiosidad de los turistas, quienes se desplazan hasta la zona para contemplar las casas de adobe, confeccionadas con barro y excrementos y perfectamente mimetizadas con el entorno hasta pasar casi desapercibidas.
Los llegados de otros puntos del planeta toman fotos y se interesan por un pueblo de dogones que continúa practicando costumbres ancestrales, aunque lamentablemente entre ellas figura la ablación femenina. No obstante, el turista presta más atención a las máscaras y las tallas de madera que tan artesanalmente realizan.