Isfahán es sin duda una de las ciudades más hermosas del mundo islámico. Urbe de leyendas y origen de civilizaciones, la metrópolis es la tercera más grande de Irán, tras Teherán y Mashhad, con casi dos millones de habitantes. Es una ciudad animada y dada a la cordialidad, llena de cultura y con valiosas contribuciones a la lista de lugares Patrimonio de la Humanidad.
Si de algo están orgullosos sus habitantes, al margen de sus preciosistas mezquitas, es de sus maravillosos puentes medievales; algo más que una forma de cruzar el río o de conectar orillas. Los puentes de Ifahán constituyen en sí un circuito obligado para el viajero de paso por Irán. El río Zayandeh cruza la ciudad y sobre él once puentes reflejan parte de la vida cotidiana, de paseos familiares, de confesiones entre amigas, de tranquilas charlas en algunas de sus teterías…
Sobre todos los puentes de Esfahān destacan tres, por sus características, por sus años, por sus peculiaridades… El Si-o-Seh Pol, el puente de los treinta y tres arcos, contruido en 1602 y en cuyos bajos, casi tocando el agua, la casa de té más famosa de la ciudad. Este puente es uno de los lugares con más trasiego de la urbe.
El puente Khaju, mandado edificar por Abbás II, dicen que es el más grande y también el más hermoso. Construido en dos alturas, permite perderse por alguno de sus velados pasillo y disfruatar con intimidad de la belleza del río.
Llegamos al Sharestan, el más antiguo de los puentes de Isfahán. Piedra y ladrillo del siglo XII. Pequeño y más distanciado del centro de la urbe, el puente Sharestan es una joyita pequeña y delicada que, sin embargo, encierra toda la fuerza del medievo islámico.