No es extraño que desde siempre este enclave de Rajastán haya sido conocido como la Ciudad Dorada. Sólo tienes que sentarte a contemplar el atardecer y quedarás bajo el hechizo irremediable de un paisaje tocado por los rayos de un sol poniente que baña de oro cuanto toca.
Pero como todo en India, los opuestos acaban configurando la leyenda. Jaisalmer también es conocida como la Casa de la Muerte, que así la bautizaron los antiguos nómadas temerosos, a pesar de su carácter intrépido y guerrero, de los caminos inexistentes que habían de recorrer a través de un desierto implacable, hasta llegar más allá de la nada a la magnífica ciudadela.
Así aún hoy, Jaisalmer parece surgir directamente de un mar de arenas. Es el desierto de Thar, el Gran desierto indio, que mantiene aislada la ciudad y también ha permitido que el tiempo parezca haberse estancado para siempre. Esplendorosa y bella, no existe otro lugar parecido en el subcontinente indio. Como recién salido de Las Mil y Una Noches…
Sus habitantes y sus gobernantes han puesto todo su empeño en conservar intacta la arquitectura del pasado, ese precioso castillo de arena que es Jaisalmer. Y resulta impactante contemplar la delicadeza casi in extremis de unos palacetes y havelis, reliquias de un tiempo remoto y florecientemente comercial.
De exquisita y pródiga decoración, la elegancia de templos, casas y fortalezas se ve ahora reforzada por la iniciativa gubernamental de continuar edificando conforme a esa estética, para preservar un estilo único que no decepciona a ningún viajero.
Carga con tu inseparable cámara, ya que pocas veces te resultará tan difícil deshechar alguna instantánea.