En el corazón financiero de India, mientras la Mumbai más tecnócrata da la espalda a su penosa realidad, Dharavi se muestra como el ambiente más crudo y cruel de un país emergente que va dejando atrás a millones de habitantes. Es la otra cara del progreso, la vida en un slandog que no es de película y que para miles de personas constituye el único hogar que les acoge.
Un enmarañado tejido de chabolas en las que se hacinan, en pequeños cubículos a modo de improvisadas habitaciones, hasta una docena de personas y varias generaciones de la misma familia. Sus infectas calles, llenas de inmundicia por la que transitan pies descalzos de pequeños sonrientes a pesar de todo, no es un secreto ni permanece aislada o lejos de la ciudad.
Muy al contrario, la barriada de chabolas tiene como vecinos a los habitantes de uno de los barrios más selectos de Mumbai. Pero el refinamiento de Bandra no se mezcla con una casta inferior condenada a autoalimentarse de su propia miseria y de los detritus que producen los más acomodados.
Es más de un millón de habitantes los que se amontonan, se apilan, se apretujan en el mayor asentamiento de chabolas del continente asiático. 2,5 kilómetros cuadrados que suponen toda la historia personal de miles de indios, de familias que han vivido en Dharavi por generaciones y que se oponen a los planes de renovación de las administraciones, que pretenden derrivar el asentamiento para edificar residenciales para ciudadanos de primera.
Y no nos equivoquemos, los hijos de Dharavi no son gente ociosa. En medio del caos han sabido trenzar su propio mapa de servicios sin ayuda del gobierno de India, con escuelas, templos, industrias, comercios… ¡Vida al fin y al cabo!