Paseaba ayer por algunos comercios franceses y los estantes aparecían abarrotados con un artículo estrella, los Huevos de Pascua. Me sirvió no sólo para tomar conciencia de las fechas en las que estamos, próximas ya a la Semana Santa, si no también para constatar una vez más el riquísimo chocolate que hacen por aquí.
El caso es que me dio el ataque de curiosidad y decidí investigar un poco para saber por qué, en algún momento de nuestro devenir histórico, nos dio por decorar y regalar huevos al llegar esta época. Lo cierto es que la historia no está muy clara, aunque aparezca vinculada a la religión -tanto cristiana como judía- y me llevase la sorpresa de que en algunos países musulmanes también se intercambian los famosos huevos.
No es muy categórico, aunque la religión católica parece ligar el significado del huevo a la historia de Herodes, la persecución de los inocentes y la resurrección de Jesús… a mí me pareció hilar fino para llegar a esa conclusión, pero no voy a ser yo quien contradiga a los más religiosos aunque no vea clara la comparación.
De todos modos he encontrado otras interpretaciones y si bien ninguna me ofrece una versión realmente constatada algunas parecen muy posibles. Sirva como ejemplo el que algunos papas prohibieran el comer huevos durante la Cuaresma, asemejándolos a la carne. En este caso, los parroquianos cocían los huevos para que durasen más -que los tiempos no estaban para tonterías en materia de nutrición- y los pintaban para así poder diferenciarlos de los huevos frescos.
Otros afirman que en épocas muy frías, cuando escaseaba cualquier tipo de alimento, la primavera era el momento en que los movimientos migratorios devolvían las aves a estos territorios y así los lugareños podían saciar su hambruna con los huevos de las anidaciones.
Sea como fuere en muchos sitios la costumbre se ha perdido, a pesar de llegar a ser una auténtica frivolidad para los más rancios abolengos de algunos países, como el caso de la familia Romanov en Rusia, quien pagaba auténticas fortunas por los huevos Fabergé, creados por el famoso joyero para los zares y elaborados en materiales como el oro, el platino, la plata, el paladio, el acero o el níquel. Tradición muy “piadosa” si tenemos en cuenta que por aquellos tiempos el pueblo ruso temblaba de hambre.
Pero en fin, C’est la vie, como dicen en Francia, donde he comenzado esta historia y me quedo en la actualidad con los huevos de chocolate que aún son “escondidos” por el Conejo de Pacua para que los más pequeños los encuentren.