Es la historia de la longevidad hecha árbol, el paso del tiempo a través de las enrevesadas ramas de un viejo roble que resiste, titánico y orgulloso, los avatares del destino. El mundo girando en alocadas vueltas sobre el eje milenario de un tronco envejecido. Esta es la historia de un viejo roble, el roble del ángel, Angel Oak.
Semilla apenas visible para los ojos perdidos de los hombres que no llegaron a pasar por allí, afortunadamente para él y para la vida que a lo largo de la suya ha cobijado entre sus ramas. Hoy aguantan sostenidas por bastones que apuntalan el peso de su inmensa edad.
Milenio y medio cambiando hojas sin vacilar, como si sobrevivir a huracanes, tormentas, temblores de tierra, guerras, salvajadas del hombre “civilizado”… fuese lo más normal del mundo. No lo es, por eso es de los poquitos que resisten y por eso nos parece maravilloso, aunque sin duda la culpa sea nuestra si no tiene millones de hermanos-árboles-milenarios que podrían adornar nuestra Naturaleza y prestarnos sombra para leer poesía en las tardes de verano.
Nació en Estados Unidos, un buen país para nacer si luego quieres que te cataloguen como “el único del mundo”, “el más antiguo del mundo”, “el más gigantesco del mundo”… en definitiva, nació en el ombligo del mundo y por eso el pobre ignora que en-otros-mundos-ignorados, los árboles -aunque pocos-también viven. Ojalá alguien le hable de la Amazonia, seguro que se pone contento pensando que “en otros mundos” existen árboles legendarios.
Supongo, porque no soy roble, que John Island -en Carolina del Sur- es un buen lugar en el que echar raíces y si no que se lo digan a él (y al río Mississippi que no le queda otra que regarlo) con sus 20 metros de altura, sus casi 2,50 metros de diámetro y sus 1.600 metros cuadrados de sombra proyectada.
Y pensar que yo cumplo años el día 8 de junio… puaf, ¡porca miseria!