Muchos se preguntan si esta megalítica composición tiene algo de inca, de azteca… Lo cierto es que no es más que el resultado de la excentricidad de un Latvio, afincado en Estados Unidos, a quien su novia dejó plantado un día antes de subir al altar.
Al hombre, que se llamaba Edvards Liedskalniņš, le dio por pegar tumbos de un lado a otro del planeta. Su inquieto culo tuvo que ser finalmente posado en Florida, donde encontraba un clima más benigno para su tuberculosis.
Imaginamos que aburrido por la inactividad, después de una vida llena de viajes, el terrenito que se había comprado en el estado norteamericano se le hacía demasiado soso y decidió, el buen hombre, pasar los siguientes 28 años de su vida contruyendo a mano nada más y nada menos que un castillo de coral dedicado al amor de su vida, aquella que le dio calabazas sin mayores contemplaciones.
El señor, que debía ser muy obstinado, se puso manos a la obra y durante esas casi tres décadas le dio por tallar alrededor de 1.000 toneladas de roca coralina. En principio fue sólo una cosa de perímetro y estancias, pero luego se ve que le sobró tiempo y el latvio decidió fabricarse el mobiliario y ríete tú de IKEA.
Para más misterio alrededor de la construcción, llamada Coral Castle y que por supuesto puede ser visitada al estar abierta como atracción privada, se dice que Edwards construyó el castillo con una sola mano y sirviéndose de poderes sobrenaturales, tales como el magnetismo.
Por si todo esto pudiera parecer poca cosa para “plasmar el amor“, cuando terminó el castillo de coral, situado en principio en la ciudad de Florida, a Liedskalniņš le apeteció mudarse y trasladó toda su construcción al enclave actual, en Homestead, a casi tres kilómetros de su ubicación original.