Era el Nueva York de la crisis. El crack del 29 acababa de ocurrir apenas dos años atrás y es el momento en que el MOMA (Museum of Modern Art) le encarga a Diego Rivera la realización de ocho murales portátiles. Por supuesto, el comprometido pintor mexicano no escapó a la realidad. Muy al contrario realizó un trabajo fiel y crítico, con una enorme carga política y una aguda crítica social al sistema capitalista y a los padecimientos de la clase obrera.
Ahora, ochenta años más tarde, Rivera vuelve al MOMA y lo hace en medio de otra crisis que ha sido profusamente comparada con aquella otra que inspiró a los pinceles del marido de Frida Kahlo, otra gran comprometida del siglo XX y una de las artistas más grandes y originales que ha parido México.
Angela Merkel, la canciller alemana, ha dicho estos días que el mundo vive su peor crisis desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Entretanto la policía de Nueva York ha puesto todo su empeño en que el peso de la ley, literalmente hablando, golpeara a los manifestantes del movimiento Occupy Wall Street, una ola de protesta inspirada en los “indignados” españoles y que ya se extiende como la pólvora por todos los estados norteamericanos.
La gente protesta y se enciende la mecha de una revolución en contra de un sistema perverso y corrupto que los asfixia. Diego Rivera no podría haber soñado un regreso mejor a Nueva York. Y allí están, en el MOMA, hasta el próximo mayo de 2012, cinco de los ocho murales.
Sus títulos no dejan lugar a ninguna duda: Liberation of the Peon, Indian Warrior, The Uprising, Agrarian Leader Zapata, Sugar Cane… Lamentablemente puede que el tiempo haya pasado, pero la vigencia de la protesta permanece intacta.