Pasear por El Rastro de Madrid es siempre un placer. Por muchas veces que te recorras esas castizas calles del barrio de Lavapiés, la curiosidad del viajero jamás se verá defraudada. Existen muchos rastros dentro de El Rastro de Madrid, no en vano tratamos de un mercado al aire libre que pronto cumplirá 300 años de bulliciosa vida.
Hoy vamos a enfocar nuestra atención en una parte deliciosa del mercadillo madrileño. Nos vamos de tostas por la Ribera de Curtidores y es que resulta imposible concebir el paseo por los miles de puestecillos de todo tipo de productos, sin hacer un alto en el camino para tomar un tentempié, antes de acabar el recorrido.
Si de ello se trata la caña es obligada. El vasito cortito de cerveza que en Madrid “tiran” como en ninguna otra parte del mundo. Fría, rubia, suave y con su dedito de espuma, se convierte en el aliado indispensable para las famosas tostas que se sirven en numerosas tascas y tiendecillas de comestibles y que podemos degustar sin ningún tipo de protocolo, porque se trata de una comida informal, para saborear de pie, entre amigos e incluso haciendo un recorrido que incluya varios locales el mismo día.
Así la redonda rebaná de pan, el medio “mollete” de panadero, es adornado con abundante condumio. Los clásicos calamares, la morcilla de arroz, las gulas o las gambas, el pollo a la barbacoa, la pechuga empanada, el pulpo a feira, el jamón ibérico… son tantas y tantas viandas que el hambriento viajero podrá disfrutar del condumio de una tapa sencilla y bien servida y, sobre todo, a buen precio.