¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
No ha sido D. Antonio Machado el único artista que ha dedicado unos versos a la saeta; pintores como Julio Romero de Torres, también nos dejaron alguna que otra pintura en la que se representaba esta suerte de canto fervoroso tradicional, que se realiza sin acompañamiento musical y de forma improvisada, al paso de los tronos de la Semana Santa.
En el momento en que una voz comienza a rasgar el aire con su quejío y lamento, el mayordomo del trono manda parar a los costaleros, para que la imagen ‘escuche’ el fervor de quien canta.
La saeta, aunque se puede oír por toda la Semana Santa española, es más propia de la Semana de Pasión de Andalucía y Extremadura, donde se oyen con más frecuencia, sobre todo a la salida de la imagen de su templo y al regreso, cuando va a recogerse. Pero tal vez, lo más hermoso de esta música, sea su raíz árabe, que entronca con la llamada a la oración del muecín. Una bonita curiosidad que entronca religiones en lugar de separarlas.