Así la bautizaron hace ya más de dos décadas, aunque su historia es mucho más longeva y esclarecer sus orígenes conlleva un buen esfuerzo de la memoria.
Pero la Feria de Málaga, conocida como Feria de Agosto, ha resultado ser la celebración más importante que el verano trae al sur del continente europeo. Con una mezcla inimitable de tradición, diversión, hospitalidad, cultura, entretenimiento y costumbres populares… vivir la fiesta malagueña resulta un lujo al alcance de todos.
No en vano, los habitantes de la capital de la Costa del Sol han sabido crear una feria de puertas abiertas, a diferencia de otros encuentros similares en otros puntos de España, donde entrar en casetas y locales está reservado sólo a socios o conocidos; apartando con ello de buena parte de la celebración a visitantes y turistas, quienes no encuentran así ocasión de vivir el evento en su más pura esencia.
Por ello, dedicar unos días del mes de agosto a pasear por las calles de Málaga resulta imprescindible para los viajeros afables y con ganas de divertirse. La Plaza de la Merced (sede de la Casa Natal de Pablo Picasso), la calle Larios, los aledaños de la Catedral, las callejuelas del Centro Histórico… cada lugar guarda una sorpresa, un vinito de Málaga, un Moscatel gracioso, un Cartojal fresquito; una panda de verdiales, por Comares, por los Montes, por Almogía; un poquito de jamón serrano, un pincho de tortilla de “papas”, un vasito de gazpacho, un pescaíto frito; unos volantes al aire, un rejoneo a caballo, un sombrero de ala ancha, un traje de malagueña…
La Feria de Málaga es de día y de noche, en las calles de la ciudad y en el Real, arriba, en el Cortijo de Torres; son luces de madrugada, con churros y chocolate, y la calle del infierno, de tómbolas y carricoches; farolillos y biznagas que dan la bienvenida a quien quiera acercarse, con buenas intenciones y ganas de parranda.