Al sur de España, entre las provincias de Huelva y Sevilla, encontramos un paisaje natural que se cuaja en torno al Río Tinto y donde se ubica el mayor yacimiento minero a cielo abierto de toda Europa. Peculiar, lleno de Historia y colmado de historias, el río rojo alberga crónicas desde los Tartessos -sus primeros explotadores- hasta los norteamericanos de Barak Obama y los astronautas de la NASA.
Tanta actividad ha conferido al terreno su orografía particular, presentando un aspecto más propio de parajes extraterrestres. El nombre del río viene legado por el color de sus aguas, de un intenso rojo que pasa a ocre allí en sus orillas. Ese dato es precisamente el que impide que sus riberas luzcan vegetación en sus bordes. Se trata del pH del agua, en torno al 2,2, con tanta acidez que empujó a su estudio en cuanto el hombre empezó a ser curioso, es decir… ¡siempre!
El resultado de las investigaciones arrojó que las aguas contenían un alto índice de metales pesados y, sobre todo, importantes cantidades de sales ferruginosas y sulfato férrico, además de un contenido bajísimo de oxígeno. No obstante, esa acumulación de datos sólo sirvió para constatar la maravilla de su diferencia, porque en lugar de carecer de vida, el río se había convertido en un explosivo torrente de vida; una suerte de de microorganismos -muchos de ellos aún sin catalogar– que sólo sobreviven en condiciones extremas y que se alimentan de minerales.
Ese fue el dato que fascinó a la Agencia Espacial NASA y al Gobierno norteamericano que, en la actualidad, realizan distintas investigaciones en este paraje de Andalucía por su posible similitud con las condiciones ambientales del planeta Marte.