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Tímidamente el arte urbano se va apropiando de espacios en las calles españolas. No nos engañemos, sólo unos pocos han logrado salir de la ilegalidad y ser reconocidos como artistas. Mientras, el grueso de los artistas callejeros continúan confinados bajo el yugo del vandalismo por unas autoridades que, en su mayoría, conceden tibios espacios y premian con miles de euros a gigantes internacionales.

Es la estrategia para vestirse de modernos de unos gobernantes pacatos que recortan millones en Cultura, Sanidad, Educación, Derechos Sociales… Es precisamente el arte urbano, reivindicativo por excelencia, un potencial ‘peligro’ agitador que muchos ayuntamientos no desean permitir que campe a sus anchas.

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Ciudades célebres por sus políticas conservadoras mantienen el tipo gracias a pequeños espacios, reductos para la creatividad ‘controlada’ que ellos disfrazan de tolerancia y respeto.

Paredes de Málaga o Madrid alternan ahora el trabajo ‘permitido’ con el resultado de las escapadas de los artistas callejeros más vandálicos. Es la realidad de un país en el que se venera a gigantes como OBEY, a la vez que se suprimen las ayudas para que los jóvenes puedan estudiar. Resulta estimulante seguir descubriendo obras de arte urbano con tono protesta, frente a la marca blanca de muchos trabajos.

Fotografías de Mar Santiago.