Un 3 de noviembre de 1493, Cristobal Colón pisaba tierra del primer ‘descubrimiento’ de su segundo viaje. Era domingo, por más señas, y esa fue la razón por la que bautizó como Dominica aquella bella tierra caribeña.
Muchos fueron, desde aquellos españoles, quienes pretendieron asentarse en la isla. El coraje de los caribes, que ya habían eliminado todo rastro indígena, lo impidió, hasta que finalmente, después de intentos hispanos y británicos, los franceses consiguieron asentarse en el siglo XVII y cien años después los ingleses lograron imponerse por la fuerza.
Hoy, aunque Dominica es oficialmente parte de la Mancomunidad Británica de Naciones, la herencia francesa continúa teniendo una fuerte trascendencia y ambos idiomas son hablados en esta república ubicada entre las tierras francesas de ultramar, concretamente entre Martinica y Guadalupe.
La belleza agreste de Dominica, de una naturaleza exuberante, pasa muy desapercibida para el gran público. El turismo masivo aún desconoce estos lares que son, por otra parte, un paraíso sin mesuras. Así, quienes tienen la fortuna de arribar a Dominica, quedan impresionados por la rotundidad de su selva, la espectacularidad de sus cascadas o el imponente paisaje que brindan sus preciosas playas caribeñas.
Dominica es un claro ejemplo de lo mucho que guarda el Caribe, al margen de localizaciones realmente estereotipadas. Sin duda se trata de un lugar para exploradores con ansias de conocer la denominada ‘Isla Natural del Caribe’.