Es la música de fondo de todas las Islas Mascareñas, pero en particular forma un todo con Isla Mauricio. El Séga llegó a estas latitudes de la mano y la nostalgia de los esclavos, sobre todo africanos e indios, llevados a esta parte del mundo por los colonizadores europeos. En medio de este ambiente, la música de aquellos pobres secuestrados se fundió con la de sus opresores, sobre todo ritmos como la polka o la cuadrilla.
Hoy, unos siglos más tarde, el Séga se ha terminado combinando también con otros ritmos más modernos. Así el jazz y el reggae se han mezclado tan bien con los sonidos de la música tradicional, que ha acabado por crear un estilo nuevo, el seggae, una música que causa furor y suena por cada rincón de la isla.
Los ravanes, unos tambores portentosos y muy típicos, se convierten en los reyes que marcan el compás del alegre séga. Acompañados del maravane y el triángulo, los ravanes invaden las ondas de las emisoras de radio, los medios de transporte, los bares de la zona, las fiestas populares y hasta las bodas de los occidentales que eligen este paraíso para sellar su compromiso de amor.
El séga no suele tener letra escrita y anda de la mano de la improvisación. Cantos llenos de jadeos y exclamaciones que acompañan a los bailes ejecutados con tono pícaro, sensual y, en muchas ocasiones, lascivo. Es el resultado de una danza libre, tal vez producto del único atisbo de libertad que pudieron conservar aquellos esclavos.