‘Sobre esta piedra edificarás mi iglesia‘… y vaya si la edificaron. Estamos en la plaza más famosa del mundo. La Plaza de San Pedro, en el Vaticano, es lugar de peregrinación para millones de cristianos, para millones de amantes del arte y para millones de curiosos en general.
La visita bien merece la pena, no en vano fue proyectada por uno de los mayores artistas de la historia de la humanidad y uno de los más grandes del barroco universal, el maestro Bernini. Concebida a lo grande, como pórtico para el acceso a la majestuosa Basílica de San Pedro, todo está previsto para que el visitante se haga diminuto, en beneficio de la grandeza de un dios que, de seguro, no habría querido tanto boato.
Pero es una más de las paradojas de cuanto rodea a la iglesia católica, palabras humildes y misericordiosas que invitan a compartir con los desafortunados y riquezas desmesuradas para albergar el contenido ‘menesteroso’ de una doctrina que engancha a millones de seguidores.
Sin embargo, esa grandiosidad y ese derroche han propiciado las mejores muestras de arte de la historia, por parte de unos papas faraónicos preocupados por dejar su sello en el devenir humano.
San Pedro no es una excepción, inmensas columnas, más de 160 grandiosas estatuas, el obelisco (que junto al trazado, fueron copiados para la Plaza de la Concordia de París), las fuentes… y miles de personas dispuestos a esperar inmensas colas cada día.