El vocablo ‘pamukkale‘ puede traducirse del turco como ‘el castillo de algodón‘. Cuando el viajero llega hasta las inmediaciones de este emplazamiento del valle del Menderes, en Turquía, pronto comprenderá por qué el lugar es conocido con ese nombre, aunque lo primero que hemos de saber es este enclave natural, junto a las ruinas de la antigua ciudad helenística de Hierápolis, son consideradas Patrimonio de la Humanidad.
El conjunto de Pamukkale, una serie de piscinas naturales, calcáreas, níveas y propicias para el termalismo y el turismo de salud, resultan de una belleza espectacular y todo ello a pesar de que, a mediados del siglo XX y antes de su inclusión en la Lista de la UNESCO, la vorágine hotelera hizo su agosto, construyendo sin respetar la zona, destruyendo incluso parte de las ruinas de Hierápolis, empleando las aguas de las albercas naturales para llenar sus piscinas y realizando vertidos fecales incontrolados.
Afortunadamente todo eso pasó a la historia y ahora es posible disfrutar de esta maravilla en plena forma, que debe su formación a la actividad sísmica en torno a la cuenca del Menderes. Los terremotos produjeron estas piscinas naturales, con un elevado contenido en calcio y bicarbonatos que, con su continuo derramamiento, han ido adquiriendo el aspecto de cascadas congeladas.
Para quienes no quieran perderse este imponente espectáculo, les recomendamos que lo visiten al amanecer o al atardecer. La luz que incide sobre Pamukkale a esas horas confiere aún más dramatismo al conjunto.