Animal sagrado, deidad asiática, carro de combate, atracción de feria… la vida de los elefantes dista mucho de ser idílica, por más que nos empeñemos en ver las ‘proezas’ que somos capaces de hacer aprender a estos pobres animales. Su destino en países de Asia es realmente triste y duro, aunque no menos de lo que lo es la vida para la mayoría de los humanos que habitan esas bellísimas regiones del mundo.
Cada mes de noviembre, alrededor de la segunda quincena, se celebra el Festival de los Elefantes de Tailandia. El Surin Elephant Round-up, está considerado una de las mayores atracciones turísticas del país, avalado por el propio Ministerio de Turismo de Tailandia. No es de extrañar, ya que es uno de los eventos que más turistas atrae a la zona.
Publicaciones tan prestigiosas como Lonely Planet se hacen eco de este festival en el que se exhibe la destreza de animales y entrenadores. El trabajo duro y constante se traduce en habilidades ‘extraordinarias’ como jugar al fútbol o al baloncesto, participar en carreras, recrear las antiguas luchas militares a lomos de estos fabulosos gigantes o pasear a turistas.
La verdad es que impresiona asistir a las evoluciones de más de un centenar de elefantes y resulta hasta divertido participar en ‘el desayuno’, una de las actividades más participativas del evento, durante la cual se disponen cientos de kilos de frutas y las familias y los niños ayudan a dar de comer a los paquidermos. Sin embargo esos paquidermos viven en condiciones terribles, rodeados de sufrimiento y dolor, apaleados y castigados para que reproduzcan la pirueta, hacinados…
Lo cierto es que la vida de sus cuidadores y las de muchos de los tailandeses no es mejor y hasta se llevan a sus casas, para dar de comer a sus familias, lo que sobra del desayuno para los elefantes… Tal vez los turistas deberíamos plantearnos nuestra parte de culpa en toda esta historia.