Desgraciadamente hoy por hoy Siria es, muy a pesar del ánimo de millones de ciudadanos del mundo, el punto más caliente del planeta. La guerra civil que se inició en este país de Oriente Medio y las ganas del gobierno de EE.UU. y algunos países árabes y europeos de dinamitar una de las zonas energéticas más potentes de la Tierra, amenazan no sólo con destruir este histórico estado; también con convertirlo en el epicentro de un conflicto bélico a nivel mundial.
A través de los medios de comunicación al servicio de los intereses de los gobiernos occidentales, se está ofreciendo una imagen de una Siria caníbal y peligrosa, amenazante e incivilizada. Sin embargo, pocos se atreven a señalar que occidente intenta desestabilizar, una vez más, una región que es la cuna de nuestra propia civilización.
De hecho, la ciudad siria de Damasco, tiene el honor de ser una de las más antiguas del mundo, con asentamientos grupales ya establecidos 5.000 años antes de nuestra era. Médicos, filósofos, músicos, poetas, científicos… el listado de nombres que componen lo mejor de la historia de la humanidad, ligados al devenir de Siria y Damasco, es interminable; gracias a la convivencia de musulmanes, judíos y cristianos.
Somos muchos los que pensamos que, desde siempre, EE.UU. ha necesitado una guerra para asentar su economía. Romper la unidad y la estabilidad en Oriente Medio y el mundo árabe es otra de sus prioridades. Lo más irónico es que sea un Premio Nobel de la Paz, aquella esperanza negra llamada Barak Obama, quien esta vez ‘empuñe’ los cañones y ponga en peligro toda la estabilidad mundial, autoatribuyéndose un papel de policía del mundo que nadie le ha pedido.
Los ejemplos anteriores son claros: Las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein, los fines terroristas de Gadafi, la amenaza talibán de Afganistán… guerras y más guerras, cuyas excusas nunca fueron demostradas e históricos países arrasados por la sinrazón y la codicia. ¿Será Damasco otro de los próximos legados borrados del mapa?