La naturaleza de Madagascar, una de las islas más grandes del mundo, concretamente la cuarta tras Groenlandia, Nueva Guinea y Borneo, sorprende al viajero por la profusión espléndida y brutal de su diversidad salvaje. A pesar de los esfuerzos de multitud de organizaciones internacionales, se teme por el futuro de este reducto inaudito para la biodiversidad del planeta.
La caza ilegal, la destrucción de terrenos boscosos y árboles centenarios para extender los cultivos o la sobreexplotación forestal son solo algunos de los muchos peligros que sacuden a la isla más imponente frente a las costas africanas.
En apenas unas décadas, los extensos bosques de Madagascar han pasado de una superficie de 125.000 metros cuadrados a poco más de 12.000; un desastre ecológico de proporciones dramáticas si encima tenemos en cuenta que más del 80% de las especies que encontramos en la cuarta isla más grande del mundo no existen en otros lugares del planeta.
A pesar de todo ello resulta imposible priorizar las tareas de conservación del medio ambiente en uno de los países más pobres del mundo, donde la batalla más importante es ganar terreno a la pobreza y superar la maldad del hambre y la falta de asistencia sanitaria o educacional. Tal vez, en un mundo codicioso e individualista, también estemos asistiendo al final de uno de los últimos paraísos de la Tierra.