Atrapadas por la tierra que las rodea y encapsuladas en una balsa depresiva, ubicada en el punto más bajo con respecto al nivel del mar de todo el planeta, las aguas que llegan al Mar Muerto se estancan, aniquilando cualquier molécula de vida que pudieran transportar.
Entre los muchos ríos cuyas aguas acaban en esta poza salina y fangosa, se encuentran los líquidos bíblicos del propio río Jordán. El sol y el calor presionan la tranquilidad de esas aguas, que bautizan aún a reyes e infantes y acaban disminuyéndose, mermándose, reconcentrándose… Son las víctimas de la evaporación, producida por las implacables condiciones climáticas de la zona.
Sin embargo, este dramático entorno extremo, lejos de ofrecer un paisaje escalofriante, nos devuelve una belleza irreal, como de otro mundo, que resulta fascinante para miles de turistas que acuden al Mar Muerto cada año.
Tópico y típico resulta capturar la instantánea en la que aparecemos flotando, sobre el mar con mayor densidad del mundo, debido a la alta concentración de sales que se encuentran en sus aguas y que impide que los cuerpos se hundan.
Luego ya, cuando hemos salido del agua y nos animamos a tomar un poco de ese sol de justicia, pocos son los que se resisten a enfangar todo su cuerpo con esos barros del Mar Muerto, al que se le confieren tantas propiedades beneficiosas, por obra y milagro de la elevada proporción de minerales que contiene.
El entorno no puede estar más cargado de historia, escenario de míticas ciudades como Sodoma o Gomorra, cuentan que ya Herodes El Grande o la enigmática Cleopatra flotaron sobre sus saladas aguas. Hoy, la visita a Jordania debe incluir, por lo menos, un ratito de relax a orillas del Mar Muerto.