‘Santander eres novia del mar’, con aire melódico y abolerado, Jorge Sepúlveda, un lángido y aflautado cantante de éxito en la década de los 50, le cantaba a la capital de Cantabria. Porque Santander, la mires por donde la mires, está irremediablemente unida al mar, a ese Cantábrico al que se abre para recoger su bravura en una bahía de brazos abiertos.

Los santanderinos tienen el corazón partío del Sardinero a la Magdalena, playas de una belleza extraordinaria que no son más que la carta de presentación de una ciudad que siempre vivió de la pesca, del comercio marítimo que protagonizaban los majestuosos galeones y del trasiego mercantil más allá de los romanos.

El tiempo atrajo a la ciudad un turismo afectado y burgués que, en el siglo XIX, puso de moda la villa y sus instalaciones balnearias. El toque de gracia llegó de la mano de Alfonso XIII, que gustaba de pasar los veranos por estos lares peninsulares y a quien los santanderinos le regalaron el Palacio de la Magdalena. A la sombra del rey llegaba cada estío una corte monárquica, acomodada y aduladora, que subía el caché de la villa marinera.

Hoy Santander sigue gozando de un atractivo especial que atrae cada año a miles de turistas. El ambiente tranquilo y relajado se combina con su oferta cultural, donde destacan sus cotizados Cursos de Verano, y un trazado urbano, limpio, cuidado y muy integrado que propone recorridos por los que encontraremos numerosos monumentos declarados Bien de Interés Cultural.

Fotografías de El coleccionista de instantes, Simonetta Di Zanutto.
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