Desde que en el siglo III a. de C. se erigiera la primera torre que debía servir de guía a los barcos, en su travesía cercana a la Isla de Faro, estas construcciones ha despertado todo tipo de emociones en el ser humano. Desde aquel antiguo y perdido Faro de Alejandría, hasta las más modernas instalaciones del siglo XXI, sus funciones apenas si han variado y su mecanismo solo se ha adecuado a los favores concedidos por el avance de la tecnología.
El mito, la irrealidad, el ensueño, las pesadillas, las pasiones, la soledad, el destierro, el romanticismo, la utopía… millones de sentimientos provocados por un tipo de edificación común a todos los lugares bañados por el mar.
El faro no es más que una torre erigida en mitad de la travesía, a veces incluso mar adentro, para evitar que los navíos pierdan su ruta y colisionen con los accidentes geográficos.
También sujetos a las modas y a las costumbres de los lugares en los que señaliza, estas gigantescas balizas iluminadas abren sus ojos a los paisajes más espectaculares y llegan a convertirse en auténticos protagonistas de libros, películas, cuadros, fotografías… Incluso existe un tipo de turismo que enfoca en los faros su rutina viajera.
Lo cierto es que el recorrido, para conseguir verlos todos resultaría poco menos que imposible, pero siempre podemos echar un vistazo somero sobre una de las edificaciones más repetidas a lo largo de la historia.