Desde hace unos años las nuevas culturas urbanas han encontrado en la escarificación otra forma de adornar el cuerpo y expresar sus principios estéticos y sociales a través de ellas. No obstante esta forma de decoración corporal es tan añeja como los principios del hombre y es común a casi todas las tribus aborígenes, en especial aquellas en que sus miembros tienen la piel más pigmentada.
La razón es muy sencilla, sobre la piel oscura la tinta de los tatuajes no se ve. Por ello las culturas africanas, de Oceanía, americanas… que tenían la piel negra debían buscar nuevos métodos para poder realizar sus sacrificios y ritos iniciáticos. De esta manera hicieron hincapié en la escarificación, haciendo que sus cuerpos lucieran cicatrices voluntarias.
El nombre de esta técnica deriva del origen etimológico de la palabra cicatriz (en inglés, scar). Hombres y mujeres se escarifican la piel en lacerantes procesos iniciáticos, sobre todo los que señalan su paso de la edad infantil a la adulta. Este tratamiento “sagrado” es tan doloroso como el tatuaje, incluso más. De este modo los adultos soportan el sufrimiento, mostrando a sus congéneres que ya están preparados para afrontar cualquier realidad desgarradora y cruel.
La técnica de la escarificación ha sido muy enfatizada en la cultura occidental gracias a la difusión de imágenes y reportajes sobre los Sepik de Papúa Nueva Guinea, conocidos como “los hombres cocodrilos”. Al llegar a la edad adulta, los miembros de la tribu deben someterse al rito. A través de él, chicos de 17 ó 18, aguantan un largo y terrible proceso de cortes y despellejamientos para formar cicatrices que asemejen su piel a la de un cocodrilo; sólo así podrán adquirir el status de miembro adulto de la tribu y obtener el permiso para cazar, realizar transacciones comerciales, casarse…
En todas las tribus, las mujeres escarificadas, sobre todo en cara y pechos, son consideradas de enorme belleza, valientes y comprometidas con sus costumbres y tradiciones.