Tal vez porque soy española, observar, ver y oír cada uno de los tópicos sobre España, no sólo me fascina… me deja asombrada. La verdad es que la mayoría de los estragos en la opinión internacional llegan, como ocurre con las críticas a casi todos los países latinos, por parte de una Europa germánica, nórdica, eslava… que sacan muchísimos defectos a una tierra a la que luego se vienen a vivir y colonizar con sus enormes pensiones de jubilación.
España para ellos es la tierra de la siesta, la juerga perpetua, el escaqueo y la gandulería, las corridas de toros, las flamencas, el vino y la corrupción… En esto último, he de admitir con bastante vergüenza, no dejan de tener razón; aunque las prácticas tan corruptas hayan sido llevadas a cabo por una clase que nada tiene que ver con el común de los españolitos, primeros perjudicados por los abusos y los ladrones.
La siesta es una práctica saludable, reconocida por especialistas médicos de todos los ámbitos; aunque, desgraciadamente, en los tiempos que corren, con gente sin techo, familias en paro, protestas ciudadanas… etc., uno tenga alma, tiempo y ganas de dormir, no sólo la siesta. En España, los enfermos por estrés, ansiedad e insomnio se han disparado desde el inicio de la crisis económica de 2008.
Desde luego no andamos de juerga perpetua, aunque nos gusta vivir con alegría, a pesar de los tiempos que corren. Sin embargo, resulta fascinante ver a esos turistas centro y norteeuropeos, a esos visitantes norteamericanos, tostarse bajo el sol de nuestras playas y pillar ‘curdas’ de campeonato, aliviando los barriles de cerveza y vino nacionales.
No a todos nos gustan las corridas de toros, es más existe un movimiento ciudadano muy en contra de la mal llamada fiesta nacional; y tampoco andamos por ahí todo el día vestido de toreros y flamencas.
A veces resultaría gratificante, que se recordara que España es el país del Museo del Prado, Velázquez o Joan Miró; que levantamos, y no creo que fuera dormidos, La Giralda, la Alhambra o la Sagrada Familia; que somos uno de los primeros países del mundo en transplantes, que realizan nuestros cirujanos, gracias a la solidaridad de los donantes; que tenemos muchas y variadas Estrellas Michelín; una diversidad cultural inmensa, gracias a las distintas y diversas comunidades que componen el estado y que estamos orgullos de hablar catalán, euskera, galego, andalú, bable, valenciá… y español, un idioma que compartimos con millones de personas del otro lado del charco, a los que -desgraciadamente- algunos de nuestros representantes ofenden y agravian de manera imperdonable. A ellos, sólo decirles que esa gente no es España, por mucho que se empeñen.
Aprovecho además para decir, por mi parte (sé que por la de muchos de mis compatriotas también), lo siento mucho y me avergüenza lo ocurrido, Sr. Morales.