A Costa da Morte (La Costa de la Muerte, en galego) se empeña en trazar su particular y bellísima impronta a través de todo el litoral de A Coruña. Aquí un día se situaba el final del mundo conocido para las viejos europeos. Finisterre amenazaba a los intrépidos con un enorme acantilado por el que se despeñaría cualquier barco que osara llegar al horizonte.
También fue el lugar elegido por los antiguos celtas para rendir culto a sus dioses. La magnificencia del paisaje permitía la contemplación del sol, tan venerado por la cultura celta. Aún hoy, muchos peregrinos del Camino de Santiago, eligen alguno de estos acantilados para ver el amanecer. Sin duda el espectáculo merece la pena.
El Atlántico en esta zona es violento y furioso y puede jugar malas pasadas. La gente del mar lo sabe bien y por eso aman, temen y respetan esta parte del mundo, donde la tierra se corta en abruptas paredes verticales y se combina con extensos arenales. Es lugar para faros, para otear, para avisar y vigilar, para contemplar y meditar.
Lo más importante, no obstante, es el carácter de las gentes de A Costa da Morte. Con un talante alegre, acogedor, bullicioso y generoso, son la compañía perfecta para compartir un buen vino de la tierra y disfrutar del mejor marisco del mundo.