Es una de esas manifestaciones penitentes de la Semana Santa española, solo que aquí, en la localidad riojana de San Vicente de Sonsierra continúan con una tradición del medievo que ya casi ha desaparecido en España, la de la mortificación de la carne.
En una suerte de autocastigo, el disciplinante ofrece su martirio a su dios, en un intento por compartir la carga de las penalidades que pasó el redentor. Otros penitentes realizan su sacrificio en cumplimiento de promesas realizadas durante el año o como forma de perpetuar este rito local.
La fiesta de San Vicente, que tiene lugar durante el Jueves y el Viernes Santos, mantiene la declaración de Interés Turístico Nacional y se lleva a cabo bajo el amparo de la Cofradía de la Vera Cruz, desde el siglo XV.
Los picaos visten una túnica blanca larga, que les llega hasta los pies. La parte trasera posee un tipo de cierre que permite dejar la espalda al descubierto, para recibir el suplicio. A la cintura un cíngulo y sobre la cabeza una capucha que mantiene el anonimato del disciplinante.
Cada picao lleva un asistente, que le ayuda en su empeño por mortificarse. Le retira la capa que cubre sus hombros y se la guarda hasta el final del sacrifico. Acto seguido deja su espalda al descubierto.
Es el momento en que, ante la imagen, el disciplinante comienza a golpearse con una madeja, hasta que la sangre se agolpa en enormes moratones. En ese momento acude el ‘práctico’ quien pincha los moratones con una bola incrustada de cristales. El picao recibirá doce pinchazos, en honor a los doce apóstoles y continuará golpeándose hasta que fluya la sangre.