En muchísimos lugares de Europa, con la llegada del otoño, las castañas asadas se convierten en el picoteo calentito que se compra en la calle. El fruto del castaño, maduro ya y recogido, es asado en los puestos ambulantes de las aceras.

Sin embargo, desde octubre y hasta finales de diciembre, en España el aroma de las castañas resulta un olor tradicional. Con el cambio de horario, la luz de la tarde se recorta y la oscuridad llegan antes. Al salir de los colegios, cuando acabas el trabajo, después de la compra… son momentos espontáneos e idóneos para comprar un cartucho de ricas castañas asadas.

Las castañeras tomaban las esquinas de las ciudades en otros tiempos, donde una castaña podía servir para calentar el estómago hambriento y apagar el rugido de las tripas de quienes no tenían otra cosa que llevarse a la boca. Con sus pañuelos en la cabeza, sus enormes delantales y los guantes con los dedos recortados, al calor de la candela, la castañera tiritaba y llenaba el cartucho de quien podía pagar pagárselo.

Durante décadas de bonanza, castañeras y castañeros han ocupado plazas, calles, esquinas… y la mayoría de los españoles han podido disfrutar del placer de las castañas asadas, que encontraban precedido de ese aroma que envuelve la ciudad y el rastro del humo que permite al viandante encontrar el puestecillo.

Sin embargo, en este año el que miles de familias españolas viven por debajo del umbral de la pobreza, por culpa de esta maldita crisis y de aquellos gobernantes y banqueros que no piensan en sus conciudadanos, el paquete de castañas asadas puede que, de nuevo, no esté disponible para todos. Lástima. Para los que puedan disfrutarlo, feliz otoño.

Fotografías de jreydiaz, Angel T., My Buffo, anieto2k, juantiagues, Fran+Silva©, Martin Terber, Carla Delgado Arenas, scambelo.
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