Femeninas y orgullosas de su identidad boliviana y muy arrimadas al orgullo paceño, las cholitas voladoras se instruyen en el arte de la lucha libre, sin renunciar a los elementos más tradicionales de su indumentaria nativa. Las polleras de rabiosos colores, los mantos engalanados y, a veces, hasta joyas y dorados oropeles, suben al ring para ofrecer un espectáculo cada vez más conocido.
Lo cierto es que la lucha de las cholitas llegó a La Paz, sobre todo a la zona de El Alto, a principios de este siglo y, en poco más de una década, ya comienza a extenderse a otros países vecinos y las mujeres viajan en emocionantes giras muy del agrado popular.
Invierten buena parte de su tiempo en realizar espectáculos de lucha libre cuyas recaudaciones van a parar a obras benéficas: colegios, huérfanos, barrios desfavorecidos… tal vez por ello, los habitantes de las zonas más pobres han encontrado en ellas una suerte de heroínas de Bolivia, de ‘supermamás’ del wrestling, de madonnas del ring, que les proporciona entretenimiento a bajo coste y ayudas a la comunidad.
Bajo las luces caseras de los pobres escenarios improvisados, el público vibra con las voladoras trenzas de sus cholitas y el revuelo de enaguas, que poco perjudican a las llaves de karateca y los patadones del kickboxing.
Las cholitas luchadoras no cobran millones de dólares, como algunos esperpénticos héroes americanos del pressing catch, pero ilusionan a miles de indígenas que tratan de olvidar, la tarde de los domingos, carencias y preocupaciones.