Paseando por sus instalaciones, cuesta creer que un día alguien pudiese sobrevivir entre sus muros. Sin embargo, así fue. Miles de presos pasaron por este penal y dejaron aquí años de sus vidas, sometidos a una miserable crudeza y a las condiciones de vida más extremas.
El lugar es hoy la sede del Museo del Penal de Ushuaia, en los confines de la tierra. Nos hemos trasladado a la ciudad más austral del mundo, en Tierra de Fuego. Aquí malvivieron delincuentes reincidentes y peligrosos, además de un buen número de presos políticos de la Argentina.
El clima extremo de la zona y el aislamiento del penal reforzaban sus credenciales de seguridad. Llegó a alojar a casi 600 presos a la vez, que se distribuían entre los 380 calabozos de los cinco pabellones del Penal de Ushuaia. La cárcel funcionó desde los inicios del siglo XX, hasta el año 1947, fecha en que fue clausurado por orden de Juan Domingo Perón, por razones humanitarias.
Desde 1997, la cárcel de Ushuaia es Monumento Histórico Nacional. Alrededor de sus muros creció la ciudad y así fue como alimentó su actividad económica, que también contó con la ayuda de los presos, muchos de ellos destinados a la tala de árboles, lo que propició una industria maderera de importante calado.
Sin embargo, lo que más llama la atención en esta ciudad argentina que, en la actualidad, recibe a los cruceros más lujosos del mundo, es la extremidad de su clima y al pasear entre los muros de la cárcel, no podemos por menos que imaginar las terribles noches de los presidiarios y el durísimo frío antártico entrando a través de los barrotes de las rejas de la cárcel de Ushuaia.