Nos vamos hasta Panamá, concretamente hasta una de esas impresionantes zonas costeras de una belleza atronadora, la Boca del Drago. A poco que le eches un vistazo te darás cuenta de que es el lugar perfecto para perderse una temporada, a lo Robinson Crusoe; lejos de los relojes, la oficina, el ruido y los problemas.
Vamos a quedarnos en una playa que debe su nombre a la cantidad de estrellas de mar que han elegido sus aguas para vivir casi descaradamente, pero con un descaro de poderosa, de propietaria del lugar, de eterna moradora de esas aguas cristalinas… Faltaría más, estamos en la Playa de las Estrellas.
Grandes, pequeñas, medianas, rechonchas, estilizadas, amarillas, blancuzcas, rojas, anaranjadas… Es una alfombra que decora la arena finísima y blanca de este hermoso litoral. Las estrellas no hacen si no agudizar el tópico más típico del paisaje caribeño. ¡Cuánta hermosura!
Pero no creáis que es un lugar tan conocido, que no es así. Primeros tenemos que fijar nuestra ruta hacia el archipiélago de Bocas del Toro, al noroeste del país. Una vez allí nos ocuparemos de llegar a la aldea de Boca del Drago, que al margen de la playa de nuestro interés es, de por sí, una belleza imponente de contrastes marineros y selvas tropicales.
Llegamos y nos apuramos a pasar una jornada diferente, observar las estrellas, practicar un poco de buceo de superficie, darnos unos baños y hacernos la instantánea con la estrella más inmensa. Un problema, a ella no les gusta que las toquen y los turistas son muy pesados, así que déjalas en paz y limítate a sacar la foto sin ponerles un dedo encima.