Existe una expresión que nunca debería haberse inventado: ‘Hay pueblos que parecen haber nacido para sufrir’. Este lamento, que pareciera la letra de una canción, es sin embargo, la realidad de envuelve a las gentes haitianas. En un país en el que la pobreza es extrema, los vaivenes políticos, los desastres naturales y la desdicha parecen haber encontrado un lugar en el que explayarse.
En la historia más reciente de esta parte de La Española, parece haber transcurrido mucho tiempo desde aquel fatídico día de enero de 2010 en que un terremoto, con una magnitud de más de siete grados en la escala Richter y varias réplicas tremendas, sacudían el país más pobre de América.
Las cifras oficiales no se llegaron a conocer hasta un año después de la catástrofe. Más de 300.000 personas perecieron a causa del desastre y más de un millón y medio de víctimas quedaban sin hogar, en una de las desgracias humanitarias más graves de la historia.
Sin embargo, a casi tres años de la catástrofe, el país continúa sumido en una situación insostenible y sus gentes siguen padeciendo las consecuencias de aquel terremoto infernal y, como no podía ser de otro manera, de su horrible situación económica incluso anterior al 2010.
El número de personas que continúa viviendo en la calle, en campos de refugiados, sin techo, es espantoso y, a pesar de la tragedia, la vida sigue y el resto del mundo solo vuelve sus ojos hacia Haití en determinadas fechas como la Navidad, olvidando a los niños, mujeres, ancianos y hombres que padecen una vida muy difícil de asumir en cualquier otro lugar.