La religión hunde importantes raíces en Etiopía, sobre todo la Iglesia Ortodoxa Etíope, con 45 millones de seguidores, lo que supone un 60% de la población. Con estas cifras no es de extrañar que, echando la mirada hacia atrás, el viajero se tope con una de esas maravillas que, al margen de conceptualismos fanáticos o religiosos, todo trotamundos debería contemplar. Lalibela, un conjunto de iglesias talladas en la roca que hace factible aquel dicho tan mesiánico: ‘La fe mueve montañas’.
El conjunto arquitectónico, ubicado al norte del país, permaneció largamente encubierto. De hecho, Lalibela, que hoy es la primera ciudad santa Etíope, después de Aksum, estuvo tan perdida para los ojos occidentales como sus famosos templos. Como escondida en las tierras altas etíopes, vedada a los ojos mundanos.
Tal vez eso fue lo que permitió que las maravillosas obras esculpidas en la roca volcánica, se conservarán hasta estos tiempos que corren, donde todo es arrasado.
Durante todas estas centurias, pues los trabajos de cincelado comenzaron allá por el siglo VII, los templos etíopes de Lalibela han conservado la actividad para la que fueron proyectados. Nunca ha faltado el culto, los fieles, las plegarias y los intentos de los cristianos etíopes por encontrarse con su dios en una de las tierras más pobres del mundo.
Como es de suponer, en un trabajo elaborado a mano, del modo más artesanal imaginable, por excavadores y escultores del imperio Aksum, no existen dos iguales. Eso sí, todas están comunicadas entre sí por pasillos subterráneos y cuentan sus cuidadores que fueron esculpidas por el mismísimo dios, algo que le restaría méritos frente a la tesis de que fue la paciencia y el sacrificio humano quienes tallaron el basalto rojo.