Arco de acceso

Por si cabe alguna duda, decir que este año el mercado de Navidad de Estrasburgo celebra su 441 aniversario. Y es que fue por el Año de Gracia de 1570, cuando el protestantismo de la ciudad en pugna con las tradiciones católicas, decidió instaurar Christkindelsmärik -el Mercado del Niño Jesús- en contraposición al de San Nicolás, porque los protestantes detestaban la costubre de los católicos de “bautizar” cada evento con el nombre de un santo.

Igual que cada uno de nosotros guarda en el recuerdo olores, sabores e imágenes entrañables; los estrasburgueses atesoran en su imaginario particular las noches infantiles del mercado de Navidad. Para ellos el brillo de las luces, el colorido de los adornos, los olores a especias, el sabor de la canela, los juguetes… todo ello sustituye con creces la ausencia de luz y calor en un invierno duro.

Abeto de la Plaza Kléber

El mercado se abre paso por calles y callejuelas del centro de la ciudad, si bien son las plazas de Broglie y de la catedral las que sirven de nudo para ese armonioso y amigable entramado navideño. Aunque es la plaza Kléber la que se lleva la palma, al lucir ese inmenso abeto gigante alrededor del cual se celebran conciertos y recitales de villancicos.

Buñuelos, castañas, vino caliente, licores especiados… los mayores celebran su propio festín de Navidad, por las calles engalanadas de una ciudad que se vuelca en garantizar que su mercado, además del más antiguo de Francia y Europa, sea uno de los que brindan mayores atractivos al visitante.

Dulces, golosinas, caramelos, pastelitos… los pequeños van grabando en su tierna memoria lo que, con el paso de los años, será una huella indeleble y amorosa de la infancia pasajera.

Fotografías de Corradox, Jonathan M y Rama.
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